lunes, 8 de marzo de 2010

Cronica de Cantina by Marle Tiscareño

Esta crónica fue hecha por la pluma de mi compañera del CELE Máscarones: Marle


CRÓNICA DE UNA ROCOLA QUE SOBREVIVIÓ AL REGGAETON.

Por el boulevard de los sueños rotos

Moja una lágrima antiguas fotos

Y una canción se burla del miedo.

Las amarguras no son amargas

Cuando las canta Chavela Vargas

Y las escribe un tal José Alfredo.

“Por el boulevard de los sueños rotos”. Joaquín Sabina

A Sebastián, por la compañía.

A las diez de la mañana, en las mesas de la cantina de Allende 16 ya había algunos clientes desayunando la comida recalentada del día anterior. “Buenos días amor, amor, amor, ¿qué tiene tu cara?...” sonaba la voz de José José en la rocola del Jarritos. Y es que la música tenía que seguir el ritmo de las “gatitas”, las meseras que, ataviadas con minúsculas faldas negras y provocativos escotes, se movían entre las mesas con una agilidad sorprendente.

“Con olor a hierba” de Emmanuel se oía en cuanto el reloj marcó las dos de la tarde. Clientes jóvenes empezaron a llegar a la cantina de paredes amarillas y arcos coloniales. A la entrada, una de las gatúbelas (en versión mexicana, claro) revisaba que los chamacos trajeran alguna credencial que los acreditara como mayores de edad. Luego de los operativos que casi les cuestan la licencia, no permiten que ningún menor de edad entre al lugar.

Con la llegada de la muchachada, la música dio un giro de 360 grados. “A ella le gusta la gasolina, dale más gasolina…”. Unos sonidos infernales, casi insoportables salían de la pobre rocola. Pero las “gatitas” no se inmutaron. Con hasta ocho cervezas en las manos se movían de arriba abajo. Llevaban botana, tomaban la orden, y hasta se daban el lujo de coquetear con algún cliente.

La alegría estaba en pleno auge. La Sonora Margarita y su famosa “Que bello” lograron poner de pie a varias parejas que, en medio de las mesas, sacaron uno que otro paso de baile. Por los oídos de los clientes desfilaron los acordes de Café Tacuba, Babasónicos, Zoé, Shakira y hasta Panteón Rococó. Todos comprimidos en CD’s listos para escuchar por módicos cinco pesos.

Al calor de unas cuantas cervezas, alguna dolida se levantó de su mesa e hizo girar en la rocola la voz de Amanda Miguel “el me mintió, era un juego y nada más, el me mintió…”. El estribillo fue coreado hasta por las más sobrias. Lidia, la mesera más joven del Jarritos, dejó que por su mejilla corriera una lágrima negra. Después, los hombres, en un acto de venganza, cantaron a coro “Mujeres divinas” del mayor de los Fernández.

Las horas corrieron, y poco a poco el sol se fue ocultando. Con él se fue la alegría de los chicuelos. La noche abrió paso a los más maduros. Fue el turno de que Maná interpretara “Rayando el sol”, y hombres y mujeres gritaran el coro a una sola voz: “es más fácil llegar al sol que a tu corazón, me muero sin tiiiii…”. Las canciones ya no eran tan intensas. Los pasos de las felinas meseras tampoco.

En punto de las dos de la mañana, la voz de José Alfredo Jiménez con su “les diré que llegué de un mundo raro” se apagó. Los pocos clientes que quedaban, borrachos hasta la médula, fueron sacados del bar casi a patadas. Las “gatitas” se quitaron los zapatos y empezaron a recoger los vasos, los limones y todo lo demás.

Lidia prendió de nuevo la rocola y siguió cantando: “olvidando el dolor, no diré que tu adiós me volvió desgraciado”. Jorge, el barman, le sirvió un caballito de tequila que ella bebió rápidamente. Lidia siguió con su trabajo. En cuanto terminaron, cada una de las meseras salió del lugar que las ve moverse al ritmo de la música durante dieciséis horas. Al día siguiente hay que abrir el bar y todas son necesarias en el lugar. Y es que el Jarritos no sería lo mismo sin sus famosas “gatitas”.



1 comentario:

Juan "Arcka" Perez dijo...

n manche no sabes como me encanto este cuento jajaja cuando saca otro¿?